Claude Debussy (Francia, 1862-1918).
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Es uno de los compositores que mayor influencia ejercen a lo largo del siglo XX.
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Su lenguaje supone un rompimiento radical con el romanticismo.
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El concepto debussysta del movimiento estático influirá notablemente en autores como Cage y los minimalistas.
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El ballet Jeux tendrá continuadores en las figuras de Boulez y Stockhausen.
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Sus aproximaciones a la tradición, en sus últimas creaciones, serán retomadas por el movimiento neoclasicista de entreguerras.
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Para él, la naturaleza debe dejar de ser soporte y fondo del drama humano para configurarse en entidad autónoma, al margen del sentimiento del autor (esta idea perdurará tras él con Koechlin, Messiaen, Varese, Feldman y Scelsi).
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En La Mar, La Catedral Sumergida o el Preludio a la Siesta de un Fauno, no percibimos conflictos ni pasiones humanas, solo contemplamos el mar, el viento, la naturaleza misma.
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La sonoridad que propone Debussy responde a su interés por lograr la sensación en el oyente de lo inmediato, lo inmediato del minuto suspendido en el tiempo. En sus piezas musicales no subyace ningún fondo dramático, obteniéndose la continuidad del tiempo musical en razón de un movimiento incesante de partículas sonoras que van y vienen sin cesar, sin un rumbo predeterminado.
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Interesa captar el instante, no el problema psicológico de quien contempla los fenómenos de la naturaleza, lo que equivale a decir que, a través de los colores y los sonidos, de las impresiones que la naturaleza despierta en nuestra sensibilidad, la música de Debussy se encuentra fuertemente impregnada de la estética del impresionismo: captar el lenguaje secreto de los objetos, escuchar sus voces interiores.
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Su interés es obtener el reverso del sistema tonal.
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En él, el empleo de la disonancia no se hará de manera exasperada, como una antítesis de la consonancia, sino que se asumirá como una de las formas posibles de asociaciones de sonidos. A tal respecto, la adopción de la escala de tonos enteros hay que entenderla como una clara inclinación por eliminar las tensiones discursivas de las que tan enemigo era Debussy (el atonalismo schönbergiano, por el contrario, asume un mundo sonoro en continua tensión).
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Al declinar los conflictos armónicos, la música del francés obtiene una tendencia natural a lo estático, a la contemplación.
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Su rechazo a modular y desarrollar, en el sentido beethoveniano, su desprecio por las tensiones dialécticas, temáticas o tonales, su fascinación por la hipnosis de lo inmóvil, se deben en buena medida al conocimiento de las músicas procedentes de otras culturas.
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Pelléas et Mélisande (1902) es la creación musical que mejor ejemplifica ese anhelo por desproveer de tensiones a la materia sonora.
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En la obra compuesta para piano, Debussy se permite una completa libertad rítmica, con la ductilidad y flexibilidad propias del instrumento. En estas piezas, Debussy pondrá fin a tres siglos de armonía tonal funcional, escribiendo una música que, aunque en la escucha dé la sensación de ser atonal, en realidad emplea un material primordialmente tonal.
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En los ciclos Images, los Preludes y los Études, el compositor libera la frase melódica de la tiranía del compás, pone fin a la periodicidad simétrica de los clásicos e introduce una variedad infinita de estructuras rítmicas.
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Debussy propone una música sin retórica, una permanente invención de la forma, sin sujeción a la simetría y a la repetición a gran escala. Es la suya una invitación a un modo de escucha distinto. Una escucha de la instantaneidad.